domingo, octubre 29, 2006

Odisea nocturna

No sé que hora sería cuando un zumbido muy molesto me despertó, echando a perder el agradable sueño que tenía en esos momentos. Muy asustada escondí la cabeza debajo de las sábanas hasta que el zumbido dejó de oírse. Y es que yo le tengo una auténtica fobia a los insectos, una fobia que creo que no soy a poder superar en mi vida. Sólo con oír un zumbido me pongo nerviosa y empieza a picarme todo el cuerpo, no lo puedo evitar.
Al salir de debajo de la manta me doy cuenta de que tengo un bultito blanco en la mano. ¡Y descubrí el misterio de los zumbidos! ¡Son mosquitos, malditos y asquerosos mosquitos! Y yo pensando toda mi vida que eran avispas, que de vez en cuando, en verano, les da por anidar en un hueco al lado de mi ventana. Pero avispas, en invierno, por la noche, y en mi cuarto con la ventana cerrada como que no. Además, aquella picadura que ya empezaba a molestar lo confirmaba: mosquitos.
Me levanto de la cama, enciendo la luz y me voy al cuarto de baño. Tengo dos picaduras, una en la mano y otra en la cara. Vaya mosquito más capullo. Vuelvo a mi cuarto, me acerco con cautela a la cabecera de mi cama y cojo las gafas. Me las pongo y miró alrededor intentando buscar al culpable de mis picaduras. Sin embargo, no lo encuentro. Reticente, me vuelvo a acostar, esperando que mi gato pequeño viniera a dormir a mi almohada, como hace casi todas las noches. Si yo soy capaz de oír un mosquito, él seguro que lo oye y con suerte, tal vez consiga cazarlo. Pero Kiko no viene. Ya estaba yo más tranquila, apunto de dormirme, justo cuando el zumbido, esta vez más fuerte, suena cerca de mi oreja. Me meto debajo de la manta, pero sigue sonando, así que me levanto corriendo, cojo las gafas, enciendo la luz y me salgo de la cama. Miro a todos lados, pero no hay ni rastro del puñetero mosquito. No sé qué hacer. Sé que ya no voy a poder dormirme sabiendo qué está rondando por ahí, así que con cuidado de no hacer demasiado ruido, voy en busca de dos armas secretas para combatir a los mosquitos. Me adueño del antimosquitos y lo enchufo en mi habitación, y recojo del pasillo a mi pequeño Kiko, que sentado en una esquina me miraba con los ojos entrecerrados y cara de sueño. Pongo a Kiko en la almohada, reviso la habitación, y me acuesto, hecha un ovillo y completamente tapada; no quiero correr riesgos.
Al cabo de unos minutos no pude aguantar más, me estaba asfixiando ahí metida, qué calor. Así que al final salgo de debajo de las mantas. Kiko está ya durmiendo en la almohada, eso me dada seguridad. Sin darme cuenta vuelvo a quedarme frita, y del mosquito, ni idea. ¡Menos mal! Aunque el recuerdo de su visita va a molestarme unos cuantos días. Yo pensaba que al menos en invierno estaba a salvo de ellos. Obviamente, me equivocaba.

No hay comentarios: