martes, octubre 31, 2006

Maní y Kiko


Este es Maní. Es el mayor (tanto en edad como en envergadura) de mis dos gatitos (el diminutivo es sólo de índole afectuosa). Tiene... creo que ocho años, ocho o siete. Es la primera de mis mascotas que me ha durado tanto tiempo (las anteriores fueron dos tortugas, tres pájaros y dos hámsters). Está muy gordo y es enorme, pesa alrededor de los nueve kilos, pero no está tan gordo como para no poder moverse. Es que su padre era grande de huesos y él le ha salido a él. La historia de Maní no es muy atípica. Mi hermano y yo estábamos dándole la tabarra a mis padres porque queríamos un perro, pero ellos decían que nanai. Un día, una chica de mi clase, anunció que regalaba gatitos. Yo sé lo dije a mi madre y tras mucho batallar con ella me salí con la mía. Unos días después fuimos a recoger a Maní. También nos llevamos una gatita, a la que mi abuela llamó Petunia, pero que por desafortunadas casualidades de la vida, acabó atropellada por un camión después de que se la diésemos al encargado de una papelería donde yo daba clases de pintura (las recibía).
Le decimos vaquita, porque cuando maulla hace: "muuu" y es un moscón, le encanta que le rasquen en la barbilla. Eso sí, es un miedica cuando se trata de ir al veterinario.





Y este es Kiko, el pequeño y más travieso. En la foto lo podéis ver durmiendo en mi cama. Sí, le gusta mucho la compañía, y muchas noches se queda durmiendo a mi lado. A veces es un tanto molesto pero... miradlo, no tengo valor para moverlo de ahí. Kiko tiene cinco años y su historia es más especial. Un día en que mi madre acompañaba a mi hermano a clase, se lo encontró en la calle, a punto de pillarlo un coche. Todas las demás madres lo estaban acariciando y cogiendo, diciendo "pobrecito, casi lo pillan". Y al ver a mi madre todas dijeron: ¡anda! ¿por qué no te lo quedas tú, que ya tienes uno? Y al final acabó mi madre con el gato en la mano y sola. Así que se lo trajo a casa mientras pensaba qué hacer con él. Yo cuando lo vi me quedé encantada. Adoro (y no exagero) a los gatos, es una pasión que no se puede explicar con argumentos racionales. Pero el problema era mi padre, que no quería más animales en casa. Afortunadamente, lo convencimos. Le llamamos Kiko porque el otro se llamaba Maní.
Es mucho más malo que Maní, que es un tranquilón y nunca hace nada. A este le gusta curiosearlo todo, tirar todo lo que se encuentra a su paso, olerlo y morderlo. Y cuando juega, no se conforma con morder, sino que te mastica. Pero es tan lindo... que no se lo puedo reprochar.

12 fotos formato carnet a 2.90 euros

Sí, muy baratas pero odiosas. De verdad, odio hacerme fotos de esas. Ya de por sí no soy una entusiasma chupa cámaras porque casi siempre salgo mal, pero es que las de tipo carnet son las peores. Creo que no recuerdo ninguna vez que haya salido decentemente en una. Sin embargo, ayer tuve que hacerme unas. ¿Por qué? Pues porque las necesitaba para las seis puñeteras tarjetitas de las asignaturas de la facultad. "Che schifo" o como diríamos nosotros, "qué asco". ¿En serio alguien piensa que los profesores no tienen nada mejor que hacer que pasarse las tardes mirando las tarjetitas y esforzándose por asociar cada nombre a la fotografía? Sí, claro, y qué más.
Bueno, el caso es que fui a hacerme las fotos. La tienda estaba llena de gente, una cola de personas que esperaban para hacer fotocopias y otras que querían comprobar sus cupones de la primitiva. Hacía un calor horroroso, y yo que soy de piel blanquita, enseguida estaba como Heidi, con los coloretes sonrosados en las mejillas. Qué vergüenza. Para colmo, la silla y la pantalla donde aparece la fotografía, estaba a la vista de todo el mundo. Eso me hizo ponerme más colorada.
Al final me tocó a mí, después de que una señora mayor se me colase descaradamente para comprobar la primitiva, en la que no le tocó nada. Compró más cupones y se marchó. Menos mal que para cuando tuve que sentarme en el taburete enfrente de la cámara de fotos, había mucha menos gente en la tienda. Si no, en vez de Heidi hubiese parecido un tomate. Me dice que me ponga recta (en realidad que me torciese hacia la derecha porque la cámara estaba mal colocada) que agache un poco la barbilla y que sonría. Sí, sonreír. Lo intenté, pero el resultado no fue muy convincente. Bah, a mí me daba igual, yo no me iba a quedar las fotos, ni siquiera pensaba guardar las seis que me sobraban. Mi cara salía en la pantalla, a la vista de todos. Yo intentaba mirar al suelo. Por suerte el martirio no duró mucho. Mi cara desapareció y sólo tuve que esperar unos minutos hasta que el hombre imprimió las fotos, las cortó y me las dió.
Espero no tener que hacerme fotos de carnet en muuucho tiempo.

lunes, octubre 30, 2006

Su nombre en un trozo de papel

A veces pienso que vivo anclada en el pasado. No me refiero a que no viva el presente, o no esté continuamente acordándome y arrepintiéndome de cosas que hice. No es eso, pero suelo pensar en mi pasado, sobre todo porque echo de menos ciertos momentos o a ciertas personas. No es que mi pasado fuera una maravilla, ni que me lo pasase estupendamente; más bien todo lo contrario: no tengo un pasado del que estar orgullosa. Hace unos años atrás, y tampoco demasiados, yo era bastante tonta y la opinión de la gente influía mucho en mí. No es que fuera estúpida, al revés, aprobaba y solía ser de las listas de la clase, tal vez por eso se metían tanto conmigo y con las que eran como yo, las mortadelas de la clase, como nos solían llamar. En fin, no es para acordarse y suspirar diciendo: ¡oh, que buenos tiempos aquellos! Como he dicho, si echo de menos algunas cosas de mi pasado, son unos cuantos momentos y a unas pocas personas.
El fin de semana pasado, limpiando el polvo de mi habitación (el cual tiene un gran carácter sedentario) encontré algo curioso en un cofrecito de madera donde guardo canicas y cosas por el estilo. Encontré un papelito recortado en el que había escrito un nombre, y escrito por esa misma persona. Me hizo mucha ilusión y me quedé un bue rato mirando el papelito con una sonrisa en la cara. Sé que es una tontería, porque precisamente la persona que escribió su nombre en ese trocito de papel se portó muy mal conmigo, me dio la espalda y no he vuelto a saber nada más de él. Además, muchos de mis amigos siempre me han dicho que ni siquiera merece que me acuerde de él, o que malgaste mi tiempo pensando en aquellos "buenos tiempos", pero no puedo evitarlo. Porque precisamente, en mi feliz y grandioso pasado, unos de los pocos momentos que realmente fueron, no buenos, sino muy buenos, fueron tales gracias a esa persona. Y por ese motivo guardé aquel trozo de papel con su nombre escrito por él en el cofrecito de madera, como si fuera un tesoro.
Sé que probablemente no vuelva a saber de él, y por supuesto, que las cosas nunca serán lo que fueron, pero me siento contenta guardando ese papel como símbolo de los mejores momentos de mi pasado. ¿Y qué más da si lo hago? Sólo son unas letras garabateadas en un trozo de papel.

domingo, octubre 29, 2006

Odisea nocturna

No sé que hora sería cuando un zumbido muy molesto me despertó, echando a perder el agradable sueño que tenía en esos momentos. Muy asustada escondí la cabeza debajo de las sábanas hasta que el zumbido dejó de oírse. Y es que yo le tengo una auténtica fobia a los insectos, una fobia que creo que no soy a poder superar en mi vida. Sólo con oír un zumbido me pongo nerviosa y empieza a picarme todo el cuerpo, no lo puedo evitar.
Al salir de debajo de la manta me doy cuenta de que tengo un bultito blanco en la mano. ¡Y descubrí el misterio de los zumbidos! ¡Son mosquitos, malditos y asquerosos mosquitos! Y yo pensando toda mi vida que eran avispas, que de vez en cuando, en verano, les da por anidar en un hueco al lado de mi ventana. Pero avispas, en invierno, por la noche, y en mi cuarto con la ventana cerrada como que no. Además, aquella picadura que ya empezaba a molestar lo confirmaba: mosquitos.
Me levanto de la cama, enciendo la luz y me voy al cuarto de baño. Tengo dos picaduras, una en la mano y otra en la cara. Vaya mosquito más capullo. Vuelvo a mi cuarto, me acerco con cautela a la cabecera de mi cama y cojo las gafas. Me las pongo y miró alrededor intentando buscar al culpable de mis picaduras. Sin embargo, no lo encuentro. Reticente, me vuelvo a acostar, esperando que mi gato pequeño viniera a dormir a mi almohada, como hace casi todas las noches. Si yo soy capaz de oír un mosquito, él seguro que lo oye y con suerte, tal vez consiga cazarlo. Pero Kiko no viene. Ya estaba yo más tranquila, apunto de dormirme, justo cuando el zumbido, esta vez más fuerte, suena cerca de mi oreja. Me meto debajo de la manta, pero sigue sonando, así que me levanto corriendo, cojo las gafas, enciendo la luz y me salgo de la cama. Miro a todos lados, pero no hay ni rastro del puñetero mosquito. No sé qué hacer. Sé que ya no voy a poder dormirme sabiendo qué está rondando por ahí, así que con cuidado de no hacer demasiado ruido, voy en busca de dos armas secretas para combatir a los mosquitos. Me adueño del antimosquitos y lo enchufo en mi habitación, y recojo del pasillo a mi pequeño Kiko, que sentado en una esquina me miraba con los ojos entrecerrados y cara de sueño. Pongo a Kiko en la almohada, reviso la habitación, y me acuesto, hecha un ovillo y completamente tapada; no quiero correr riesgos.
Al cabo de unos minutos no pude aguantar más, me estaba asfixiando ahí metida, qué calor. Así que al final salgo de debajo de las mantas. Kiko está ya durmiendo en la almohada, eso me dada seguridad. Sin darme cuenta vuelvo a quedarme frita, y del mosquito, ni idea. ¡Menos mal! Aunque el recuerdo de su visita va a molestarme unos cuantos días. Yo pensaba que al menos en invierno estaba a salvo de ellos. Obviamente, me equivocaba.

viernes, octubre 27, 2006

Mi vieja mochila


Me he dado cuenta de cómo me reconocen las personas a las que conozco cuando me ven de lejos, o cuando van en el autobús. No es por mi deslumbrante belleza, ni por mis… llamémoslos, destacados atributos femeninos; para eso soy una chica muy corriente. Y es que soy conocida como “la chica de la mochila”. Decidí escribir este post en honor a mi querida mochila que tantos momentos ha pasado conmigo: risas, llantos, momentos alegres o de extrema tensión, en la luz y en la oscuridad, durante las inclemencias del tiempo y hasta que la muerte nos separe. Mi mochila es una mochila ya vieja, no recuerdo ya desde cuando la tengo… puede que desde hace cinco o seis años. Es blanca y azul oscuro, aunque más bien parece gris y azul oscuro. No es un bolso de mano, ni tampoco una mochila para el colegio ni de viaje. Es una mochilita colleja y pequeña, pero donde caben muchas cosas. La funda de mis gafas, en verano también la de las gafas de sol, mis gotas para las lentillas, el móvil, algún bolígrafo que otro, si voy ese día a la biblioteca llevo además un par de libros, y cuando llevo chaqueta y no me apetece llevarla en la mano, la comprimo y la meto a presión. Sí, la pobre ha sufrido mucho. Ella siempre me ha sido fiel, pero yo no puedo decir lo mismo. A pesar del gran afecto que le tengo, tengo la mala costumbre de olvidarme de ella. No es raro que salga de una tienda y al cabo de un rato tener que volver corriendo porque me la he olvidado allí. O como me pasó una vez en Barcelona, que salí de una cafetería y escuché a una guiri gritándome “Excuse me, excuse me!” y llevando mi mochila en la mano. ¡Que buena persona aquella muchacha extranjera! Pero mi peor falta fue cuando abandoné a mi querida mochila en una estación de servicio en un trayecto de Gerona-Granada (sin ser apropósito, por supuesto). Ya llevábamos media hora de viaje desde que salimos de la estación de servicio cuando la echo en falta. Casi me pongo a llorar de rabia por tener en vez de cerebro, una olla de grillos. Nos detuvimos en la siguiente estación de servicio y llamamos por teléfono para ver si la habían recuperado. ¡Menos mal que sí! Tardaron una semana o un poco más en enviármela, pero llegó a casa sana y salva. Pues lo dicho, que somos inseparables mi mochila y yo y yo y mi mochila. Y por ello, por el gran cariño que te tengo, mi intrépida compañera de viajes y aventuras, por no haberme fallado nunca y por una gran fortaleza al paso de los años digna de mención, te dedicó este post, mi querida mochila. Brindaré a tu salud y por todos los años que espero que pases a mi espalda.

La senda de la inmortalidad

He visto una encuesta en la que preguntaban si elegirías ser mortal o no y me he preguntado al respecto. Es muy frecuente que en los libros, sobre todo los de fantasía o ciencia ficción, aparezcan personajes inmortales, que gozan de eterna juventud y gran experiencia y sabiduría. Y cuando leemos, seguro que todos hemos pensado lo genial que tiene que ser ser inmortal, no morir nunca. En cambio, si de verdad tuviéramos la oportunidad de elegir serlo o no, ¿qué escogeríamos? Yo me quedaría con la vida simple y mortal que tengo ahora. Porque, pensándolo bien, ser inmortal no es tan genial como podemos pensar. ¿Qué sería una vida eterna, condenados a ver morir a la gente que te rodea, a la gente que te importa, a la que quieres, a la que amas? ¿Podríais soportarlo? ¿Podríais soportar qué toda persona a la que toméis afecto, muera? Y siempre así, siempre perdiéndolos. Yo no. No lo aguantaría. Prefiero nacer, vivir y morir, a eso. Y si no tuviera más remedio que aceptarlo, intentaría no relacionarme con las personas. Debe ser muy triste vivir de esa forma. O incluso si pudiera conservar a algunas personas a mi lado en una vida eterna, puede que aún así no la eligiera. No temo a mi muerte, pero sí temo que el mundo se acabe. Me da miedo pensar en como puede evolucionar la crueldad del ser humano. Si es hoy en nuestros días y no entiendo algunas cosas que pasan por el simple hecho de que hay personas con mucho poder que son insensibles, crueles, egoístas y demasiado necias. No las comprendo y me asustan. Nos estamos cargando nuestro propio planeta, puede que nos estemos conduciendo a nuestra propia extinción. No entiendo esa tendencia que el ser humano parece tener hacia la destrucción y la autodestrucción, y no me gustaría estar allí para ver cómo sucede.
Todo esto también me lleva a otro interrogante... ¿Qué hay después de la muerte? ¿Porqué tenemos miedo a morir? No sé qué puede haber, y es por eso, por esa incertidumbre, por lo que la gente teme a la muerte. El cielo, la reencarnación, la desdicha de convertirnos en almas en pena o en fantasmas vagabundos... Si la llave al reino de los cielos es la fe, creo que me quedo fuera. Y si el cielo no existe, ¿dónde encontramos respuestas? Podemos acudir a la ciencia, a la teoría de que en el universo siempre hay el mismo número de materia, de que en nuestra composición humana tenemos polvo de estrellas, o partículas que han estado viajando por galaxias lejanas. Según eso, podría existir una especie de reencarnación. Si morimos, nos incineran, y esparcen nuestras cenizas en la tierra donde se hunden las raíces de un árbol, ¿pasamos a ser parte del árbol? ¿nos reencarnamos en él?
Bah, sólo puedo especular, y tampoco me gusta hacerlo. Creo que es una tontería pasarse la vida preguntándose qué hay después... La vida la tenemos para vivir, ¿no? Pues a vivir se ha dicho. Y venga lo que venga después... ya veremos xD

jueves, octubre 26, 2006

¡Socorro, soy invisible!

Yo no soy una persona que juzgue a la gente cuando la veo por primera vez, y no es por presumir. En serio, no me gusta nada ese tipo de gente que se creen capaces de juzgarte solo por las apariencias. Pero hoy en clase, bueno, más bien desde ayer, le he pillado manía a una chica. Es normalita y no tiene pinta rara, ni de mala persona, ni nada extraño, al revés, si tuviera que destacar algún aspecto suyo, sería que parece una chica muy normal. Pero hizo una cosa que me pone de muy mala leche. Y no son ni paranoias ni celos, es que me molesta mucho que me hagan algo así. Estaba yo sentada, al lado de mi novio, hablando de cualquier tontería, y ella estaba sentada en la fila de delante con sus amigas. Se da la vuelta y empieza a hablar con nosotros. Nada, hasta ahí todo normal. Pero después de las dos primeras palabras pasa de mí, es más, ni siquiera me mira. Se queda sólo hablando con mi novio. Y así durante lo que quedaba de clase, vamos, como si yo no estuviera allí o fuera invisible. Menos mal que esa era la última clase. Joder, me cabrea mucho eso. ¡Pero es que hoy lo ha vuelto a hacer! En la primera hora, que estaba sentada delante, se da la vuelta y empieza a hablar con él. He estado por decirle algo, de verdad, pero no era plan de armar lío por eso. Grrr... y repito, no es por celos. Si hubiera sido otra persona en vez de novio me hubiera molestado igual. A lo mejor soy muy susceptible, o tengo un gran poder de empatía y soy capaz de ponerme en el lugar de las paredes o del aire... porque así es exactamente como me siento, como una pared o como si fuera aire. Y no es nada agradable.

*The End*


Hoy he acabado la novela que llevo escribiendo desde hace dos años. Estoy, como dicen, que no quepo en mí de felicidad. Cualquiera que me estuviese viendo en estos momentos pensaría: ¿sé puede saber que hace esa tía mirando la pantalla del ordenador con cara de gilipollas? Y tendría toda la razón del mundo, porque es justamente la cara que tengo. Dios, no puedo créermelo aún. Llevo casi seis años escribiendo, y aunque nunca he dejado de hacerlo, es la primera de mis historias que termino. Me ha costado sí ^^u pero por fin he podido ponerle la palabra "fin" a uno de mis escritos. Sin embargo mi felicidad no se debe a eso. Se debe a que he dado un paso más en mi sueño de convertirme en escritora. No quiere decir que el haber terminado una novela me vaya a garantizar el éxito, es más, puede que nunca lo consiga. Publicar un libro es complicado, y aún me queda mucho trabajo: corrección, reescribirla, y volverla a corregir, pero soñar es bonito y nadie me lo va a prohibir. Ni nadie me va a quitar lo mucho que he disfrutado escribiéndola, dando forma a mis personajes, haciéndolos crecer, amar, cometer errores y convertirse en personas valientes.

miércoles, octubre 25, 2006

Más humanos

¿Alguna vez habéis encontrado un lugar donde verdaderamente consigáis estar en paz? ¿Donde podáis sentir que nadie os va a molestar, a interrumpir? ¿Donde nadie os va a ver, os va a escuchar? Un lugar donde sólo existas tú y lo que tú quieras que exista en ese momento. Yo sí. Es el tejado de mi piso. No es un tejado propiamente dicho, es más bien la terraza que hay en lo alto del todo, donde se tienden las sábanas y la ropa. No es un lugar bonito, ni las vistas son espectaculares, pero para mí es ese sitio donde las cosas dejan de tener importancia, donde se detiene el tiempo. Cuando subo allí, a ver el atardecer, me siento bien, me siento diferente, pero bien. Me siento... más humana. Sí, esa es la expresión. Me siento más humana. Me apoyo en la barandilla, que está un poco oxidada, y dejo de pensar. Miro el cielo, las nubes pasar, cómo el sol se esconde enrojeciéndolo todo, y sonrio.
Hace mucho tiempo que no subo a mi tejado, pero pronto lo haré. Necesito inspiración, y ese es el lugar idóneo para buscarla. Sé que tengo suerte de tener un lugar así, es un verdadero tesoro. Todo el mundo debería encontrar el suyo propio. Si todos nos sintiéramos a menudo más humanos, tal vez lo fuéramos con más frecuencia.