viernes, octubre 27, 2006

Mi vieja mochila


Me he dado cuenta de cómo me reconocen las personas a las que conozco cuando me ven de lejos, o cuando van en el autobús. No es por mi deslumbrante belleza, ni por mis… llamémoslos, destacados atributos femeninos; para eso soy una chica muy corriente. Y es que soy conocida como “la chica de la mochila”. Decidí escribir este post en honor a mi querida mochila que tantos momentos ha pasado conmigo: risas, llantos, momentos alegres o de extrema tensión, en la luz y en la oscuridad, durante las inclemencias del tiempo y hasta que la muerte nos separe. Mi mochila es una mochila ya vieja, no recuerdo ya desde cuando la tengo… puede que desde hace cinco o seis años. Es blanca y azul oscuro, aunque más bien parece gris y azul oscuro. No es un bolso de mano, ni tampoco una mochila para el colegio ni de viaje. Es una mochilita colleja y pequeña, pero donde caben muchas cosas. La funda de mis gafas, en verano también la de las gafas de sol, mis gotas para las lentillas, el móvil, algún bolígrafo que otro, si voy ese día a la biblioteca llevo además un par de libros, y cuando llevo chaqueta y no me apetece llevarla en la mano, la comprimo y la meto a presión. Sí, la pobre ha sufrido mucho. Ella siempre me ha sido fiel, pero yo no puedo decir lo mismo. A pesar del gran afecto que le tengo, tengo la mala costumbre de olvidarme de ella. No es raro que salga de una tienda y al cabo de un rato tener que volver corriendo porque me la he olvidado allí. O como me pasó una vez en Barcelona, que salí de una cafetería y escuché a una guiri gritándome “Excuse me, excuse me!” y llevando mi mochila en la mano. ¡Que buena persona aquella muchacha extranjera! Pero mi peor falta fue cuando abandoné a mi querida mochila en una estación de servicio en un trayecto de Gerona-Granada (sin ser apropósito, por supuesto). Ya llevábamos media hora de viaje desde que salimos de la estación de servicio cuando la echo en falta. Casi me pongo a llorar de rabia por tener en vez de cerebro, una olla de grillos. Nos detuvimos en la siguiente estación de servicio y llamamos por teléfono para ver si la habían recuperado. ¡Menos mal que sí! Tardaron una semana o un poco más en enviármela, pero llegó a casa sana y salva. Pues lo dicho, que somos inseparables mi mochila y yo y yo y mi mochila. Y por ello, por el gran cariño que te tengo, mi intrépida compañera de viajes y aventuras, por no haberme fallado nunca y por una gran fortaleza al paso de los años digna de mención, te dedicó este post, mi querida mochila. Brindaré a tu salud y por todos los años que espero que pases a mi espalda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

tu mochila
yo mm.... desde que te conoci que tienes aquella mochila, bueno si que no m falla la memoria, siempre ibas con ella para todas partes y que la olvides por ahi de vez en cuando es de volada xD debes tener los pies mas en la tierra que en el 7mo cielo xD
ojla que nunca se te pierda porque vaya que tiene años, despues objetos asi se hacen indespensables en nuestra vida, pero generalmente nosotros no nos damos cuenta.
Quizas es un punto materialista dar tanta importancia a un objeto, pero objetos asi, ya no son objetos, se convierten en una parte de nosotros.
cuidate ana.
de vez en cuando pasare por aqui (:
me gusto. chaito*

Camilo dijo...

Yo mis mochilas las suelo conservar hasta que se desintegran. Lo malo es que ese fenómeno se da muy a menudo por la cantidad de papelillos y basurillas que les meto y que acaban apoderándose de todo el tejido.

Tu mochila me ha recordado a algo que conservo desde que nací: un osito de peluche azul. Ha vivido en Madrid, en Albacete y en varias casas de Valencia, pero ahí sigue, como un vínculo que me une con lo que he sido durante estos 26 años. A muchos nos cuesta deshacernos de esas cosas, tal vez porque son una especie de materialización de nuestro pasado, como si quisiéramos retener en ellos ese tiempo y esos recuerdos que se nos caen de entre las manos. En el fondo están vivos, porque aún hoy siguen acumulando nuestros días.

Muy buen blog. Fantástico.