lunes, enero 08, 2007

Pensamientos del 7 de enero

Nada más salir de casa, el aire olía..., de forma especial. Olía como varios años atrás, como en esos días en los que solía esperar al amor, con esa rara sensación en el estómago que se siente cundo subes a una montaña rusa. Era ese olor, imposible de confundir. Y he sentido nostalgia al recordar como se siente uno mientras espera la llegada del amor, lleno de impaciencia y anhelo.
Mientras esperaba a que llegase el autobús, me he acordado de Álvaro. Me he preguntado si aquellos que mueren son capaces de vernos desde las alturas. Por un fugaz instante me he sentido vulnerable, con miedo de ver mi intimidad y mis secretos como objeto de burla y entretenimiento, sometidos a un escrutinio casi divino. Pero me he tranquilizado rápidamente al pensar, que aunque mi amigo pudiera verme desde allí, seguramente preferiría centrar su atención en muchas personas antes que en mí.
Ya en el autobús, me he fijado con atención en el barrio de Juan, uno de los peores de la ciudad. A Juan no le gusta vivir allí, tal vez por eso siempre es muy cauteloso al moverse, no solo por esas calles, sino por todas en general. Creo que para él esa cautela es algo innato, una cualidad que ha desarrollado con el fin de sobrevivir. Reflexionando sobre todo eso me he dado cuenta de que Juan es mucho más fuerte de lo que aparenta ser. La gente, a primera vista, no lo toma en serio. Sin embargo el puede presumir de haber vencido a la muerte, y de hecho, lo hace amenudo.
Comparada con él, y no solo con él, yo soy mucho menos valiente. Tengo mucho miedo al dolor. Muchas veces me pregunto si soy una cobarde, o hasta que punto puedo ser valiente; me gustaría saberlo.
Al bajar ya del autobús, mi mp3 hace que suene en mis oídos The Garden of Everything. La canción perfecta para acompañar a mis pensamientos, ¿casualidad? No lo sé. Me ha dado por mirar al cielo y he visto dos aviones, yendo en direcciones opuestas, dejando tras de sí una estela blanca que empezaba a desvanecerse. El aire seguía oliendo bien, pero ya no como antes. Era una tarde perfecta para pasear. Y mientras apuraba mis últimos pasos antes de llegar a mi destino, recordé el día en que Pía se marchó, de cuando fui a despedirla al aeropuerto, un recuerdo lleno de polvo en un rincón de mi memoria. Me acordé de la carta que le di, en cartulina negra y escrita con bolígrafo plateado...
Era un día, no solo perfecto, sino único, para pasear.

1 comentario:

Camilo dijo...

Vaya, y yo me lo he perdido por culpa de los virus...

Respecto a qué pensarán de nosotros allí arriba, yo creo que les divertirá muchísimo nuestra ingenuidad: siempre preocupándonos por cosas que no tienen la más mínima importancia y dejando pasar instantes que jamás deberíamos desaprovechar.