miércoles, diciembre 06, 2006

Leon

Bueno, estoy de nuevo en activo. Al contrario que cuando me fui, ahora tengo muuucha inspiración (sólo me hacía falta leer un poco) y estoy todo el rato escribiendo, llevando dos (a veces tres) cosillas a la vez. Aquí os voy a dejar una de ellas, una historieta corta que se me ocurrió dando clase de Técnicas de Estudio de la Literatura Inglesa. La idea la tengo en mente pero llevo poco escrito. La voy a dejar por capítulos cortos para que no se haga pesado de leer. Aquí va el primero y a ver si para la semana próxima tengo el siguiente ^^

CAPÍTULO UNO

Leon era un chico normal y corriente en casi todos los aspectos. Tenía dieciocho primaveras, era alto y aunque no era un fortachón, podía presumir de cierta superioridad muscular. Cuando se miraba por las mañanas al espejo, se quedaba un rato admirándose en él. Tenía una despeinada melena rubia que siempre le tapaba la vista, unos ojos marrones y, tal vez, demasiado sinceros y la piel bronceada. Estaba muy orgulloso de su aspecto, pero aquel que digo una vez “las apariencias engañan”, tenía muchísima razón, y Leon era el ejemplo perfecto. Cada tres días, después de contemplarse en el espejo, el joven se afeitaba. Reglas de la Academia. Y cada tres días, la cara de Leon acababa llenita de papelitos blancos por todas partes que tapaban los cortes de la navaja. Era enormemente torpe. Y perezoso, y mentiroso, e ingenuo y no demasiado valiente. … Es decir, que no reunía casi ninguna de las cualidades para ser un héroe. Sí, porque eso era lo que hacía especial a Leon: era aprendiz de héroe.
Pertenecía a la Academia de Egas, un viejo héroe de la guerra. Estuvo al servicio de varios reyes, lideró a varios ejércitos, y después se independizó. Trabajó como Justiciero durante un tiempo, salvando a inocentes, defendiendo a los débiles, combatiendo la injusticia y, una de sus especialidades, rescatando a damas en apuros. Durante su etapa de independencia conoció a otros que como él, consideraban que llevar una vida normal como la de todo el mundo era demasiado aburrido. Cuando Egas ya estuvo demasiado viejo para seguir con sus aventuras, se retiró, y entre él y sus compañeros de juegos fundaron las llamadas “Academias de Justicia”, donde entrenaban a jóvenes promesas y los preparaban para enfrentarse a las Fuerzas del Mal. A Leon todo esto siempre le había parecido algo ostentoso pero no tenía más alternativa que quedarse allí. Al contrario que todos los demás miembros de la Academia, él no estaba allí por voluntad propia.
En la Academia de Egas existía una leyenda: Eör, el domador de la oscuridad. Y Eör, el domador de la oscuridad, era el brazo derecho y el mejor discípulo del viejo maestro. Era algo parecido a un semidios, o así lo veían todos los demás. Todo el mundo en la torre lo adoraba, lo alababa, lo tenía como modelo a seguir. Leon solo lo tenía como objetivo hacia donde dirigir su rabia. Eör era perfecto: apuesto, inteligente, fuerte, astuto, valiente y de buen corazón. No era arrogante y siempre ayudaba a quien lo necesitase. Egas siempre estaba hablando de lo maravilloso que era Eör, del buen trabajo que había hecho con Eör, que si él debería hacer un esfuerzo por parecerse más a Eör. Nunca estaba en la Academia, ya que siempre andaba ocupado con alguna importante misión de la que dependía el destino del mundo. A Leon le salía su nombre por las orejas y ya estaba harto de escucharlo. Sin embargo no era eso lo que más le molestaba e Leon. Al joven le sacaba de sus casillas pensar que le debía la vida. Una vez que Eör estaba ocupado en la lejana y corrupta ciudad de Lythy, su pequeño y blandito corazón se apiadó del destino de un niño de seis años al que encontró vagabundeando sin rumbo por las malolientes calles de la ciudad. Lo llevó con él y lo dejó al cuidado de Egas con al esperanza de que se convirtiera en algo mejor. Y allí estaba él ahora a sus dieciocho años, no mucho mejor que cómo lo encontró Eör, pero sí con una buena vida. Y sabía en el fondo que debería agradecérselo algún día.
Porque era verdad que Leon no podía quejarse de la vida que llevaba. Vivía bien, tenía un lugar caliente y cómodo donde pasar la noche y tres comidas al día. A pesar de que siempre estaba quejándose y discutiendo con Egas, vivía sin demasiadas agitaciones. Su rutina diaria consistía en levantarse, desayunar, ir a las lecciones matutinas, hacer algún trabajillo extra, discutir con Egas, enfurecerse con él, marcharse enfadado a su habitación y salir de nuevo para el almuerzo. Después de comer dormía una breve siesta hasta que Egas lo despertaba golpeándolo sin piedad en la cabeza con su bastón, y entrenamiento físico durante toda la tarde, y a veces durante la noche. Había pocas cosas que a Leon le disgustaran de verdad. Una de ellas era levantarse temprano y tener que estar escondiéndose de las ninfas del valle. Por mucho que Egas le dijese una y otra vez que no había ninfas en el bosque, él no se lo creía. Mientras se vestía podía escuchar con claridad risas pícaras desde fuera y silbidos rítmicos procedentes de ningún sitio. También le molestaba tener que soportar a Egas en sus días malos del mes. El viejo y antiguo héroe de la guerra se levantaba con la pierna izquierda ciertos días y durante esos dejaba de ser un antiguo héroe para convertirse en un viejo maniático e insoportable. Por desgracia para Leon, esos días iban en aumento últimamente y él no tenía oportunidad de escaquearse puesto que estaba solo en la torre con él.
La Academia de Egas era una torre situada en mitad de un valle rodeado de bosques y montañas, apartado de la civilización. Tenían muy cerca manantiales, santuarios de roca, volcanes y lugares extraordinarios pero el pueblo más cercano estaba a una semana de camino a caballo. Egas no aceptaba a más de diez alumnos a un mismo tiempo, entre sus misteriosos motivos para ello el más obvio era que en la torre no había sitio para nadie más. Leon vivía en la parte más alta, en una pequeña habitación muy calurosa en verano y terriblemente húmeda en invierno, pero nunca se quejaba sobre ello. Normalmente, cuando la Academia estaba llena de estudiantes, a Leon no le resultaba difícil escaparse de vez en cuando del alcance de Egas e incluso de sus propios deberes, pero en esos momentos, a principios de la primavera, todos los aprendices estaban fuera de aventura probando su valía mientras él debía quedarse encerrado a solas con el aquel maldito viejo loco.
Y aquel día tenía uno de los malos. Los caprichos de Egas estaban por las nubes y se le había metido entre ceja y ceja tomar un baño de aguas perfumadas. ¡Agua perfumada, por todos los dioses! Y, como era de esperar era él el encargado de subir y bajar cargado con cubos de agua desde el río hasta la torre, incluyendo las dichosas escaleras. El muchacho avanzaba pisando con fuerza sobre la hierba fresca, aplastando sin piedad pequeñas florecillas malvas, demasiado ocupado maldiciendo y blasfemando como para darse cuenta de nada más. Cargaba con cuatro cubos de madera vacíos y su rostro juvenil estaba sonrojado por la rabia. Se plantó frente a la orilla del río, cuyas aguas fluían alegres y cantarinas ajenas a sus infortunios, y lo miró con expresión de profunda indignación, como si el pobre río fuese el culpable de todo aquello. Se puso de rodillas, cogió un cubo con violencia y lo llenó rápidamente. Cogió otro y repitió el proceso. Pero cuando lo dejó en el suelo para coger el tercero, escuchó un tintineo justo detrás de su oreja. El pelo se le puso de punta, se incorporó y miró hacia atrás y en todas direcciones, pero no había nada. No le hacía falta ver para saber de qué se trataba: ninfas. Esas criaturas endiabladas tenían la costumbre de divertirse a su costa y no entendía porqué. Con un bufido, hizo ademán de arrodillarse para seguir llenando cubos, pero en vez de un tintineo escuchó una risa a sus espaldas. Se dio la vuelta con el entrecejo fruncido formando una línea sobre sus ojos, y al contrario de lo que esperaba, se encontró frente a frente con el pequeño ser. La ninfa parecía una niña traviesa. Era bajita y su expresión de ojos grandes enmarcados con largas pestañas y una sonrisa tensa, con las comisuras hacia arriba, le daba cierto aire malévolo. Tenía la piel de color verdoso y el cabello, ensortijado sobre sus hombros, de un tono oscuro con matices verdes, azules y violáceos. Sus pupilas, redondas y enormes, se clavaban en él como puñales. Unas telas de gasa transparente cubrían su cintura y parte de sus muslos, pero más que disimular su desnudez y sus curvas, las realzaban. Era una criatura que provocaba un ardiente deseo y a la vez, emanaba un aroma perverso. La ninfa esbozó una sonrisa maliciosa y muy despacio, acercó un dedo a él y lo apoyó en el pecho del muchacho. Leon, con cara de bobalicón, extendió una mano para intentar tocarla. Entonces unos fuertes brazos lo agarraron desde atrás, sujetándolo sin que él pudiera moverse. Leon despertó de aquel sopor en que lo había sumido su contemplación de la ninfa y forcejeó, intentando liberarse, pero no consiguió que los brazos aflojaran la presión. Intentó moverse, saltar, pero era imposible, parecía que lo hubiesen clavado en el suelo.
Invadido por un miedo repentino, miró a la ninfa que seguía sonriéndole, con los ojos muy abiertos y llenos de horror. Todo pasó muy deprisa. La ninfa cogió uno de los cubos de agua y lo vació sobre su cabeza. El agua estaba muy fría y por un momento le cortó la respiración. Los brazos lo soltaron, alguien le dio unas vueltas y luego lo empujaron al río. Leon cayó sobre las piedras y la fuerte corriente lo zarandeó. Le dolía todo el cuerpo y respiraba con dificultad. Se quitó el cubo de madera de la cabeza y vio a dos ninfas sobre la hierba, señalándolo y desternillándose de risa mientras sus carcajadas cristalinas llenaban el valle con su sonido musical. El joven, con la cara encendida por la indignación y la vergüenza, les arrojó el cubo con ira, pero no acertó. Las ninfas rieron con más fuerza. De repente, las dos criaturas interrumpieron sus risas y alzaron la mirada con expresión alerta. Algo detrás de Leon pareció asustarlas mucho y desaparecieron al instante envueltas en una nube de humo con olor a flores. El joven, intrigado, se puso en pie y se giró para buscar aquello que había ahuyentado a las ninfas y se volvió a caer de culo al río al descubrir de qué se trataba. Un regimiento de quince guerreros vestidos con cotas de malla y sobrevestes carmesíes montados a caballo, escoltaban a alguien a quien Leon no había visto nunca pero a quien reconoció de inmediato. Aquel hombre iba vestido con una cota de malla de anillos bañados en oro que relucían con fuerza al ser tocados por el sol, y un sobreveste carmín y dorado. Tenía el rostro afilado y los ojos rasgados como los de una serpiente, la piel pálida y el cabello oscuro. Sobre su cabeza, en perfecto equilibrio, se apoyaba una sencilla corona de oro.
Los dieciséis hombres a caballo se detuvieron a la orilla del río mirando a Leon con miradas burlonas o sorprendidas, y entonces el hombre de la corona dijo con voz sonora:
- ¿Es esta la torre de Egas?
- Sí, Majestad.- Farfulló Leon, poniéndose en pie torpemente e inclinándose.
- ¿Quién eres tú?
- Me llamo Leonhartius, pero agradezco más que me llamen Leon. Soy alumno de Egas.
El monarca enarcó una ceja con incredulidad, pero no dijo nada. A Leon no le ofendió aquel gesto, pues era la reacción habitual cuando decía quién era.
- Preséntame entonces ante tu maestro.- Ordenó el hombre.- Dile que el rey Thalliet ha venido a reclamar sus servicios.

3 comentarios:

Camilo dijo...

Uhm, interesante historia... ¡Ojalá se me hubiese ocurrido a mí! XD

¿Se permiten variantes? Creo que el capítulo sería más redondo si dejases para más adelante el incidente con las ninfas, presentando a León en un día habitual suyo (sea lo que sea lo que hagan los aprendices de héroes). Tiene suficiente atractivo por sí mismo. Es que si no parece que pasan demasiadas cosas y pierdes la oportunidad para extenderte más adelante con el asunto de las ninfas. Aunque bueno, tú verás.

¡Espero el 2o capítulo! ^^

Camilo dijo...

Por cierto, ¿te gustó mi fábula del ciempiés bailarín?

Entre lo de actualizar diariamente y las oposiciones no puedo escribir cosas más largas.

T_T

Nadia dijo...

Gracias por tus consejos ^^ aunque de todas formas lo de las ninfas era algo corto en lo que no hace falta que me extienda demasiado.
Y sí me gustó tu fábula, está genial escrita y con moraleja xD