lunes, diciembre 11, 2006

Leon (2º capítulo)

Al acercarse a la entrada de la torre, Leon delante de la comitiva del rey, con un aspecto lamentable y las ropas empapadas, Egas hizo su aparición. Estaba muy distinto a como el joven lo había dejado esa mañana al marcharse al río. Cuando Leon se había ido, Egas estaba tirado con abandono en un sillón, con el cabello y la barba gris enmarañados, vestido con una sencilla y remendada túnica marrón y gritando como un poseso. Sin embargo, mientras los aguardaba de pie bajo el arco de la entrada, parecía una persona completamente distinta. Se había peinado y estaba ataviado con una túnica larga hasta los pies, blanca y con el cuello ribeteado de plata. En su anciano rostro, sus arrugas dibujaban una expresión de sabiduría y magnificencia. Leon apretó los dientes pero intentó no traslucir ninguno de sus sentimientos de rencor.
Se detuvo ante su maestro, hizo una pequeña reverencia y empezó a decir:
- Maestro, me enorgullezco de poder presentarle a…
- No hace falta que hagas presentaciones, Leon.- Le interrumpió el anciano con un inconfundible deje de superioridad.- Su Majestad y yo ya nos conocemos. Baja del caballo Thalliet, y entra con tus hombres. Leon, tú ve a tu habitación. Si te necesito te llamaré.
Leon era consciente de que su rostro estaba encendido de indignación, pero se limitó a crujir los dientes, apretar los puños y a no dejar que una sola palabra saliera de su boca. Se dio la vuelta para observar al rey, hizo nuevamente una pronunciada reverencia y subió los escalones hasta su habitación hecho una furia.
Cerró la puerta con tanta fuerza que después de cerrada se quedó temblando como una hoja de papel. Soltó los cubos en el suelo y se dirigió directamente a cerrar la ventana, por la que empezaban a escucharse risas y silbidos procedentes de ningún lugar. Después hizo un intento por calmarse, respirando profundamente y dejando escapar el aire con tranquilidad. Pero fue en vano. En su cabeza veía una y otra vez la escena de humillación que había sufrido por las palabras de su maestro, y sabía perfectamente que éste lo había hecho con toda la intención. Estaba claro que no podía dejar que eso quedara así. Se dirigió a una esquina de la habitación cerca de la ventana y se tumbó en el suelo. Levantó una losa de piedra suelta y llena de polvo para dejar al descubierto la boca de un tubo. Se acomodó en el suelo y pegó la oreja. Al principio no se oía nada, pero tras unos segundos unos murmullos confusos empezaron a cobrar sentido, y después de un minuto, las palabras eran perfectamente claras.
- …por tanto, necesito tu ayuda, Egas.- Decía la voz del rey Thalliet, con tono de desazón.
Se hizo silencio por unos largos segundos hasta que la voz de su maestro habló en voz baja.
- Siento decirte Majestad, que ahora mismo no soy una gran ayuda para ti. Estamos a principios de primavera, todos mis alumnos han salido a merecer el nombramiento de héroes.
- ¿Y el muchacho de antes?
- Por eso os digo que no soy de gran ayuda. Leon no está preparado. Lleva mucho tiempo estudiando, sí, pero no posee conocimientos prácticos. Nunca ha salido de la torre. Me temo que hay altas probabilidades de que fracase.
- Egas, estoy desesperado. Necesito a alguien, sea quien sea, ¿no lo comprendes? Si le pasa algo a ella… no solo yo sentiré su pérdida, mi reino entero se vendrá abajo. Ella es algo más que mi hija, es un símbolo de alianza.

- Bien,- Dijo Egas por fin.- te cederé a Leon. Mientras, intentaré localizar a otro de mis alumnos con más experiencia para que lo releven o lo ayuden.
- Muchas gracias, Egas.
- Es mi trabajo, Majestad, no tenéis que darme las gracias.
Leon se apartó del tubo con el corazón latiéndole rápidamente. Se sentó, con la espalda apoyada contra la pared de piedra, los ojos muy abiertos y resoplando con incredulidad. No podía creerlo. ¡Iban a mandarlo a una misión! Después de tanto tiempo esperando, por fin se le presentaba la oportunidad de probar que no era tan estúpido como todo el mundo pensaba. Al fin y al cabo, había recibido el mismo entrenamiento que todos los demás. La opinión de Egas le importaba bien poco. El viejo maestro nunca había ocultado sus pensamientos sobre él. Notó como la emoción iba creciendo en su interior sustituyendo a cualquier otro sentimiento. ¡Porque no se trataba de una misión cualquiera, no señor! Tenía que ver con la hija del rey Thalliet, y como bien había dicho Su Majestad, la princesa era alguien muy importante. Seguro que ni el mismísimo Eör había soñado con llevar a cabo tal empresa. Leon cerró los ojos y pudo imaginarse claramente salvando a la princesa de algún terrible peligro, recibiendo altísimos honores por parte del rey, y a Eör y Egas postrándose a sus pies y alabando su hazaña. Una sonrisa tonta se dibujó en sus labios.
Unos golpecitos en la puerta lo sacaron de sus ensoñaciones con brusquedad. Leon se esforzó por parecer disgustado mientras se dirigía a la puerta, y cuando la abrió tenía la convincente expresión de quién ha sido mortalmente ofendido. Para su sorpresa no se trataba de Egas, sino de unos de los guerreros que formaban parte de la escolta del rey. Miró a Leon con cierto recelo y musitó con voz inexpresiva:
- Tu maestro requiere tu presencia.
- Gracias.- Respondió el muchacho.
Leon bajó las escaleras conteniendo el aliento y preparándose mentalmente para disimular indiferencia ante la noticia. Se comportaría como un joven maduro, sin sobresaltos, y aseguraría que la misión quedaba en buenas manos para tranquilizar al rey. Quería parecer alguien sereno y digno de confianza, alguien diferente al muchacho torpe que había descrito Egas. Entró en la sala privada de Egas, donde el viejo héroe y el monarca estaban sentados junto a un fuego mientras la escolta de guerreros permanecía de pie.
La sala privada de Egas era una habitación circular, con una gran chimenea en una de las paredes donde las llamas crepitaban alegremente bajo un arco de piedra. La habitación estaba repleta de estantes atestados de pergaminos enrollados, de carpetas y de apuntes, bastante desordenados. Extraños objetos de cristal y agujas, de arena y metal, cumplían cometidos que Leon no alcanzaba a imaginar. Esferas brillantes colgando de las paredes, y móviles con cascabeles en las ventanas que hacían al viento cantar. Egas y Thalliet, sentados en sillas de altos respaldos y brazos de terciopelo, miraban a Leon con atención. La mirada de Egas era completamente inescrutable. El joven intentó ver en ella algún atisbo de confianza, o de todo lo contrario, pero era imposible averiguar lo que el anciano estaba pensando. Sin embargo el rey era un libro abierto para cualquiera. En sus ojos se veía claramente la preocupación y el miedo que sentía. Leon se detuvo ante los dos hombres e hizo una reverencia impecable.
- Leon, tu maestro me ha dicho que no eres uno de sus mejores alumnos, que tus conocimientos no incluyen prácticas y que tal vez la teoría se convierta en una nimiedad cuando tengas que demostrar de lo que eres capaz, pero yo necesito tu ayuda.
- Es cierto, Majestad, nunca he salido fuera de aquí. Sin embargo siempre me he esforzado en mis estudios y he ansiado la oportunidad de brindar mi ayuda a los demás.
- Esto no es una mera oportunidad, Leon.- Interrumpió Egas con severidad.- Se trata de una misión, un importante cometido que va mas allá de tus capacidades y en el que no me gustaría involucrarte, pero Su Majestad ha insistido mucho. No es una oportunidad. No puedes permitirte fallar; no es un ensayo, ni siquiera una prueba. ¿Comprendes?
- Lo comprendo perfectamente, maestro.- Aguardó un segundo para seguir hablando y entonces preguntó.- ¿En qué consiste mi tarea?
El rey Thalliet suspiró profundamente y empezó a hablar con voz seria, y en la que se reflejaba un dolor imposible de esconder.
- Hace tres semanas que mi hija, la princesa Nokka desapareció del palacio. La hemos buscado por toda la ciudad, por todo el reino, pero no hemos encontrado ni rastro de ella. Hace nueve días nos llegó un mensaje de un hombre desconocido, que aseguraba que la princesa había sido apresada y que residía en un lugar llamado el Valle de la Niebla. Entonces vine directamente hacia aquí para pedir ayuda.
- ¿El Valle de la Niebla?- Preguntó Leon a media voz.- Eso está fuera de las tierras conocidas; está más allá de las fronteras, en el reino de las tinieblas.
- Exacto, Leon.- Asintió Egas con tono lúgubre.
Leon sintió como la sangre se le helaba y se quedaba sin aliento. De repente no estaba tan emocionado como pensaba y empezaba a ver las cosas desde otra perspectiva. Una cosa era aventurarse en una gran hazaña con riesgos… siempre y cuando estuviera en terreno seguro, y otra muy distinta eras lanzarse a lugares oscuros, donde el mal y sus vástagos lo dominan todo. Lo segundo era más bien un suicidio. A Leon se le cayó el alma a los pies y se le hizo un nudo en la garganta. Egas esbozó una ligera sonrisa de satisfacción y Leon se enfureció. ¡Aquel maldito viejo siempre parecía disfrutar de su mala suerte, de sus infortunios y desgracias! ¡Pues estaba muy equivocado! El joven se irguió y alzó la barbilla con determinación.
- No se preocupe Majestad, daré todo lo que esté en mi mano y más para salvar a su hija, si acaso mi vida. Lo juro por mi honor.
- Te lo agradezco enormemente, joven Leon.
El muchacho sonrió para sus adentros sintiéndose muy orgulloso de sí mismo. Egas se levantó y caminó despacio hacia la chimenea, mirando al suelo con aire pensativo. Al cabo de un rato alzó la cabeza y de forma ausente, murmuró:
- Decidido pues. Thalliet, tú y tus hombres podéis pasar la noche aquí. No hay peligros en el valle pero hay ciertas cosas que resultan muy turbadoras, más aún durante la noche.
- Aceptamos tu ofrecimiento, Egas.
- En lo que respecta a ti,-Añadió, señalando a Leon, que se sobresaltó perceptiblemente.- pasarás todo el día bajo mi supervisión preparándote para mañana, te irás pronto a la cama y saldrás al alba.
- No lo harás solo, Leon.- Dijo entonces el rey.- Mi sobrino, Vance, te acompañará.
Uno de los hombres del rey, vestido con la cota de malla y el sobreveste carmesí, se adelantó unos pasos. Era bastante más joven que los demás, de la edad aproximada de Leon, tal vez un año mayor. Tenía rasgos afilados, aunque mucho menos que su tío, era alto y tenía el cabello rizado y oscuro. Su presencia inspiraba confianza pero en cambio a Leon no le gustó un pelo.
Aquel ofrecimiento de ayuda imposible de rechazar le decepcionó y le hirió en su amor propio. Sabía que aunque Egas no había dicho nada abiertamente sobre las grandes dudas que albergaba acerca de sus probabilidades y sus intenciones de relevarle en cuando tuviera ocasión, esos pensamientos revoloteaban en su mente, y Leon los podía ver tan claros como si la cabeza del anciano fuera transparente. Sin embargo el joven consideraba que, teniendo en cuenta su brillante comportamiento, al menos se habría ganado la confianza de Su Majestad. Ahora se daba cuenta de que solo le había seguido la corriente y que en ningún momento había tenido la intención de dejarlo salir solo con la pesada responsabilidad de rescatar a su hija. Y eso le parecía algo muy cruel.

3 comentarios:

Camilo dijo...

Hace un par de días intenté leer el capítulo pero lo tuve que dejar en el primer párrafo porque no me enteraba de nada. Digo, a ver si es que estoy mareao... Hoy lo he leído más atentamente y lo he acabado pero, vaya, te ha quedado "difícil".

^^U

Nadia dijo...

Difícil? O_O Porqué? Yo lo veo muy simple :s

Camilo dijo...

No sabría explicártelo en pocas líneas... Digamos que hay varios cambios de perspectiva y de "sensaciones" que hacen que tengas que estar muy atento para no perderte.

O eso o aún no estoy acostumbrado a leer en la pantalla del ordenador.

Pero, superadas las dificultades, el capítulo me parece que está muy bien.

:)